Durante años crecí fuerte en la ladera sur de la Sierra del Galiñeiro junto a mis hermanos. Me curtí con el azote de los vientos y la dureza de los suelos donde mis raíces buscaban alimento. Cuando logré ganarme un hueco en el bosque extendí fuertes ramas que, según cuentan, fueron mi perdición o quizá diría salvación. No era el más alto del bosque, tampoco el más ligero, pero algo tenía mi constitución y la forma de mis ramas, que cuando ya cumplía casi dos siglos, un día frio de Febrero de 1930 alguien se fijó en mi. Mi suerte estaba echada. Una cuadrilla de leñadores portugueses desenterró mis raíces y cortó mi fuste. Ya caído vi como gruesos y largos tablones salían de mi tronco. De mis ramas y de mis raíces, graciosas curvas se seleccionaron.
Ya sin corteza y, pieza a pieza, me subieron en un enorme carro tirado por grandes y hermosas bestias llamadas bueyes, y me trasladaron hacia poniente. Parte de mi se quedaba en aquel querido bosque.
En el largo camino hacia mi destino el aire fue cambiando, ahora era menos frio y olía a salitre. La humedad era diferente. Por fin llegué cerca del mar a un lugar llamado Ganoy, y donde me depositaron había más como yo y otros parecidos.
Varias estaciones estuve inmóvil secándoseme las mismísimas entrañas e intentando comprender algo. Vi como a mis compañeros los trabajaban y convertían en increíbles artefactos, hasta que un buen día alguien apoyo sobre mi unas plantillas y empezaron a extraer diversas formas que por lo visto había en mi: de los tablones provenientes de mi tronco salió una quilla y un codaste con su alefriz. De mi primera rama tomó forma la roda que también tenia su alefriz. De mis ramificaciones superiores salieron infinidad de gruesas varengas y varios cartabones.
Poco a poco fui viendo como partes propias de las que me habían separado se me volvían a juntar a través de un frio y duro material llamado hierro. Por todos lados me recubrían con una pasta rojiza y en donde se juntaban mis piezas extendían una pasta especial hecha con polvos, aceite y tiza.
Solo entenderé ya pasado el tiempo y habiendo visto lo que vi en mi posterior vida en el mar, el capricho de aquellas formas y de los escantillones precisos que dieron a cada tabla que salió de mi.
Durante cuatro largos años, los que estaban convirtiéndome en un artefacto dejaron de trabajar conmigo, y no fue hasta 1939 que volví a oir ruidos de herramientas.
En esos años de soledad mi única compañía eran unos niños pequeños, todos ellos de pelo rojizo que jugaban sobre mi.
Un buen día el padre de los niños, que era quien había decidido la forma de lo que estaban haciendo conmigo, los reunió a todos junto a mi y les contó su plan:
-“Este barco se llamará MEIGA VI y en el aprenderéis a navegar a vela”
Les extendió unos planos para explicarles y allí vi finalmente lo que iban a hacer conmigo. Me convertiría en un precioso balandro que navegaría por la Ria de Vigo y más allá.
Efectivamente los trabajos prosiguieron sobre mi y fui cogiendo forma. Del Báltico vinieron maderas de pino con las que construyeron el forro. Por el mar llegó perdido un tronco de Okume con el que los carpinteros hicieron las brazolas y la cámara. Con pino rojo la cubierta, de Oregon el mástil. Pero todo, todo, sobre mi!
Gentes de Vigo, amigos de mi Armador, Requejo, Orio, Alvarez Reina, etc., venían cada mañana a ver como tomaba forma y discutían sobre esto y aquello, soñando quizá con futuras singladuras.
El día de la botadura llegó, y de nuevo, enormes bueyes, me llevaron sobre un carro por el camino del Chouzo, primero frenando y luego tirando, hasta la playa de Coya, donde con la bajamar me dejaron en la orilla. Esperé pacientemente la subida de la marea hasta que una extraña sensación invadió mi ser. Me había convertido en un precioso balandro a flote.
Buenas navegaciones vinieron, ora a las Islas Cíes, ora Bayona con la familia de los pelirrojos y mi Armador. Recuerdo una navegación a Bayona en la que nos quedamos sin viento frente a Monteferro después del ocaso, y como el precio de la gasolina era tremendo, 5 Pesetas litro, y el viejo motor de Ford T marinizado por mi Armador no arrancaba desde hacia tiempo, los pelirrojos tuvieron que subirse al bote auxiliar y remar y remar remolcándome hasta que ya de madrugada llegamos al fondeadero de la Barbeira en Bayona.
En esta playa pasé largas temporadas en verano desde donde podía ver mi antiguo hogar en el Galiñeiro.
Los inviernos los pasaba fondeado frente a los Astilleros Barreras. Durante una galerna mi fondeo se rompió y acabé contra los muelles del astillero donde el encargado Enrique me sujetó, amparó y amarró salvándome de un horrible final.
Varias temporadas felices vinieron hasta que en 1945 la familia tuvo que venderme. Todos los niños vinieron a despedirme. Mi nuevo Armador seria la Escuela Naval de Marín donde trabajé duramente durante años y conocí a un motón de Marinos. Allí me rebautizaron con el nombre de VIRGEN del CARMEN.
Mas tarde pasé a Ferrol, para el Capitán General, siempre en manos de la Armada Española, hasta que en 1983 me dieron de baja, aunque aún tuve unos años extra de vida bajo el nombre de NEREIDA.
Volví a caer en abandono y desuso, secándome al sol sobre un muelle, estropeándose muchas partes de mi ser, y a punto de mandarme a la hoguera, alguien se fijó de nuevo en mi y me volvió a salvar de un final seguro.
Mi nuevo Armador, José Luis Garcia Amador, me trajo de vuelta a Marín en 2005 a fin de salvarme y reconstruirme, y lo intentó con energía pese a lo difícil de la empresa. Muchas cuadernas estaban rotas, la clavazón que une mis tablas estaba arruinada, partes de mi podridas. Las maderas que me han acompañado todos estos años y a las que he estado unido por lazos de metal no han soportado tan bien como yo el viaje, e iniciaron su descomposición hace ya tiempo. José Luis empieza a desmontarnos, y aunque mis fendas son grandes, la quilla parece haber resistido bien el paso de los años y los esfuerzos.
Un día alguien viene a visitarnos desde Vigo, me acaricia y con mimo mete la mano en mis heridas. Me trata con respeto y le enseña a José Luis fotos de antaño fondeado en la Barbeira, con la torre de la Tinaja al fondo. Solo podía ser alguien de la familia que me construyó. Mis betas se estremecieron.
Pero la labor que tiene conmigo José Luis por delante es inmensa y no puede dedicarme el tiempo necesario. Mi vida vuelve a peligrar y en-extremis José Luis y Alfredo me encuentran un nuevo cobijo en el Museo del Mar de Vigo donde podría tener un porvenir. El circulo casi se había cerrado y había vuelto a Vigo. Orgulloso, aunque en pésimo estado, custodiaba la entrada del Museo sobre un viejo carro de hierro. Pensaba que quizá algún día me rejuvenecerían y me pasarían a dentro, o incluso volvería a navegar por la aguas de la Ria de Vigo.
¡Ay de mi!. Los años volvieron a pasar y me vi abandonado otra vez perdiendo el aliento poco a poco. A nadie le intereso y me arrancan el poco orgullo que me queda apeándome de mi soporte de hierro y arrojándome al total abandono sobre la maleza de un solar contiguo al Museo. Cuanto ultraje.
Hoy he levantado mi débil vista y mi ser se ha estremecido quizá por ultima vez. Un hombre mayor pelirrojo me observa desde la vaya con lágrimas en los ojos. Habla de mi con unos niños pequeños que lo acompañan, de mi diseño, de mi construcción, de mis navegaciones. No puede ser…hacia setenta años que no nos veíamos. ¿y tus hermanos? ¿Y tu padre? Intento preguntarle, y aunque sé que me intuye, no me puede contestar. Si tu me pudieses ayudar……
Ahora ya tan cerca del humus que un día me hizo crecer, se cierra completamente el circulo de la vida y veo más próximo mi final entre los seres humanos, o quizá no……?
A pocos metros de los restos del NEREIDA un pequeño árbol, de apenas un palmo, lucha por salir adelante entre la hiervas de temporada. Es un roble….la vida sigue!